Compartimos una copa con… Veronique Rivest.

Veronique tiene un porte mediano, habla español con un acento francés fuertemente marcado y sabe tanto de vinos que podría dejar boquiabierto a más de uno. Recientemente estuvo en Buenos Aires invitada por la Asociación Argentina de Sommeliers (AAS) y dictó una cata magistral en la que se degustaron más de diez vinos argentinos y ofreció su humilde y experta mirada internacional ya que, en 2013, obtuvo el segundo puesto como Mejor Sommelier del Mundo y, en 2012, recibió el reconocimiento como Mejor Sommelier de las Américas.

«Lo primero que me gusta preguntar a los bodegueros que visito es qué vinos les gusta tomar. Si solo toman vinos cercanos a su región ¡no es una buena señal! Hay que probar vinos de otros lugares», lanza mientras descorcha uno de las primeras botellas del encuentro y, al mismo tiempo, aplaude la actual búsqueda del vino argentino: «Ahora están en un punto crítico, entendieron que no son Borgoña ni Burdeos. Son Argentina. Tienen excelentes y únicas particularidades en las distintas regiones. Y tienen que encontrar esas particularidades. No queremos otra Toscana, queremos particularidades, que los vinos hablen de su región».

Tras degustar algunos blancos, llega un Chenin Blanc de Tunuyán, Valle de Uco (Mendoza) y subraya la importancia de toda esta información en la etiqueta. «No alcanza con poner Mendoza o Valle de Uco. Hay que ser más precisos. Hay que comunicar cada detalle, ya que la distancia de Mendoza a la Patagonia es mayor que la distancia de la Toscana a la Borgoña», explica didácticamente.

Con la humildad de los grandes, cuenta que disfruta al degustar vinos en conjunto y a ciegas. 


«Me encanta tener la ocasión de equivocarme, el vino es una ciencia inexacta»

y recomienda mientras sonríe que para saber cuál es el mejor vino «solo hay que poner muchas botellas arriba de una mesa y la que se vacíe primero es la mejor». Así de simple.

Con esa misma simpleza y honestidad lanza: «No creo que el Sauvignon Blanc sea la variedad argentina ideal para competir en el mercado mundial. Hay muchos jugadores. Pero este vino (N. de la R.: Agua de Roca, Sauvignon Blanc de Matías Michelini elaborado con velo de flor como el Jerez) es único, su elaboración es única y eso es lo interesante».

Siguen desfilando los vinos y una Criolla llega a nuestras copas mientras Rivest reafirma algo que claramente ya sabemos: «La Argentina hizo su reputación con el Malbec». Cierra los ojos, huele, lleva el vino a su boca y con una sonrisa dibujada en su rostro lanza: «uno creería que la Criolla es sinónimo de cantidad, poca calidad y vinos baratos. Pero uno prueba este vino (N. de la R.: Vinilo Ruido Mix) y uno quiere probar más vinos como estos. Es único, es excelente, es cultural. Tiene una historia para contar y solo la tienen ustedes, los argentinos». Y recalca que los sommeliers son «contadores de historias. Si el vino fuese solo una bebida sería muy aburrido. Hay mucho para contar».

Otro momento de honestidad brutal llega cuando descorcha un Pinot Noir patagónico. «Es delicado, pero no es un gran Pinot. No tiene nada malo pero no podés competir en el mercado mundial con un Pinot así. No creo que la identidad de la Argentina esté en este estilo de vinos», y agrega, «seguramente para el mercado interno sí es un gran vino, pero competir en el mercado internacional es otra cosa».

¿Dónde está la Bonarda? se pregunta una y otra vez Rivest, ya que es la segunda uva más implantada del país, después de la Malbec. «Podría ser la versión argentina del Gamay (N. de la R.: uva francesa utilizada para los ligeros Beaujolais Nouveau). Uno no siempre quiere tomar vinos estructurados». Y retoma la importancia de lo típicamente argentino: «Es de origen italiano, pero allá casi no hay Bonardas. Lo tienen ustedes acá». Después de degustar varias copas de Bonardas argentinos, suplica «¡no la escondan como Malbec barato! Uno siempre necesita un vinito en su vida». Y retóricamente se pregunta: «¿los vinos en Argentina, para ser interesantes, tienen que ser estructurados?».

La velada ya está por llegar a su fin y llegan los vinos con botellas extremadamente pesadas. «Es ridículo que los vinos tengan que estar en botellas tan pesadas. Hay que pensar en un movimiento para salvar el planeta. Prefiero que pongan dinero dentro de la botella y no en el vidrio» y agrega cual epílogo «mi gran reto es comunicar que en la Argentina no tienen solo Malbec. Tienen grandes vinos, así que por favor ¡no se olviden de la Bonarda o la Criolla!» vocifera entre risas mientras alza su copa para brindar con todos los presentes.

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